Vivir en el presente: ¿una moda?

Parece que un movimiento ha despertado: vivir en el presente, entrenar la atención plena, practicar mindfulness, meditación en yoga, meditación a secas… En definitiva, el presente ha llegado como forma de vida, para quedarse (en él).
Y digo que ha llegado como forma de vida, porque está por todas partes, de todas esas mil maneras en las que se puede conseguir, como una imposición.
La explicación está clara y no varía en ninguna de las formas en que se impone vivir en el presente: estamos desconectados, pensamos siempre en el pasado y en el futuro, y no sabemos disfrutar de lo que está pasando ahora. Es un discurso coherente y, si lo piensas bien, es cierto.
La primera vez que contacté con el “movimiento” mindfulness, mi primer impulso fue de rechazo. El mensaje que recibí fue que tenía que cambiar mi forma de vivir, de relacionarme con todo mi entorno y conmigo misma, que si lo hacía, conseguiría ver cosas de las que así no podía darme cuenta, conseguiría una iluminación que era necesaria para mi bienestar.
Actualmente, estoy (en parte) de acuerdo con ese mensaje, pero cuando lo recibí lo interpreté como un rechazo, como una “bronca” por estar viviendo de la única manera que sabía vivir. Yo quería mantener mi pasado conmigo y pensar en el futuro cuando me diera la gana. Yo era muy reflexiva y necesitaba tener la oportunidad de pensar en ello.
Nota: Las palabras que están en negrita son conductas de control que me anclaban a un sufrimiento inútil e innecesario para mi vida.
Ante el rechazo saqué mi escudo, tan bien formado durante toda mi vida, y me cerré en banda a creer que tenía que cambiar: porque nadie tiene por qué decirme que lo haga. Y esto, es una verdad como un templo: NADIE debería decirte que tienes que cambiar.
La identidad y el rechazo en guerra (con el presente).
Cuando recibimos un mensaje de cambio, este suele ir directo hacia un aspecto muy frágil de mi interior: mi identidad (mi personalidad, mi existencia).
Estamos acostumbrados a no trabajar en quién somos porque “¿qué clase de persona soy si tengo que trabajar en saber quién soy?” (también llamado juicio). Así que damos por hecho que sabemos quiénes somos por inercia, dejándonos llevar sin preguntarnos ni investigar en lo que llevamos por dentro, que es donde realmente encontraríamos la respuesta (¿pero a precio de…? Respuesta: dolor). Construimos muchas capas, todas las que nos de tiempo en nuestra vida, para proteger esa mentira (o mejor dicho, esa acción sin resolver), y se van encontrando con un ejército (el rechazo) que gana batallas sin cesar. Aunque sigamos construyendo capas, siempre son frágiles y el rechazo las desmonta, una a una.
En esta guerra entre rechazo y (frágil) identidad hay una trampa. ¿Quién es el enemigo? El no tener una identidad clara, hace que seamos más susceptibles al rechazo: le abrimos la puerta constantemente con nuestras dudas. El rechazo está construido dentro de todas las capas que creamos alrededor de nuestra (supuesta) identidad, por eso las destruye, trabaja desde dentro.
¿Qué tiene que ver el movimiento de vivir en el presente en todo esto?
Sentí rechazo al recibir ese mensaje, porque lo interpreté como un rechazo. El cual era consecuencia de desconocimiento sobre mi identidad, de dar por hecho lo que había dentro, de no saber mirarlo (y con miedo a aprender, con miedo a ver qué me podía encontrar).
Lo cierto es que interactuar con mindfulness me hizo empezar a mirar dentro, empezar a conocer(me), muy poco a poco, sin ninguna prisa. Solo sabiendo cómo funcionaba, y rechazando (o ignorando) el mensaje que me envió. Sin querer lo fui aplicando en mi día a día, fui probando, con calma, explorando, con curiosidad. Descubrí la (maldita) iluminación de la que me hablaron, que no es más que eso: mirarse por dentro, aprender de todo lo que ves allí y aceptarlo como tuyo.
Descubrí lo necesario que es esto para todos nosotros y, con el tiempo, descubrí también por qué el mensaje que recibí me hizo sentir rechazo. La forma de enviar el mensaje que mindfulness (o cualquiera de las corrientes que mueven el vivir en el presente, mencionadas anteriormente) traía consigo no conectó con mi forma de entender el mundo, activó mis barreras y me cerré a la experiencia.
Algunas personas pueden confundir esta “revelación” que es este proceso, con una forma de vida, con un carácter más espiritual, con un camino que es conveniente elegir. Yo entiendo por qué estas personas piensan así, y quizá hablamos de lo mismo desde diferente prisma. A la hora de enviar nuestro mensaje sobre vivir en el presente, podemos estar entrando en un terreno doloroso para otras personas, y aunque vayamos con cuidado (que lo aconsejo fervientemente), puede que no conectemos, porque hay algo que no estamos viendo, y está bien. Está bien todo aquello que no vemos, mientras lo respetemos, podamos flexibilizar nuestro mensaje o simplemente dejar de enviarlo si no sabemos cómo hacerlo sin causar dolor.
Si alguna vez has recibido un mensaje de este tipo y has sentido que se abría una herida, no te alarmes, el mismo mensaje te está pidiendo que pares un momento, te des tu tiempo y revises la herida.
Desde que hice este proceso, he coincidido con muchas personas que, o bien rechazaron el mismo mensaje, o sintieron el rechazo cuando se lo trasladaba yo. No puedo más que comprender a todas esas personas, respetar su tiempo, su perspectiva y, simplemente, intentar (si es posible) que noten la experiencia tal y como lo hice yo, voluntariamente, poco a poco, desarrollando la curiosidad y la aceptación, sin prisa. Las veces que he podido presenciar este proceso, me he alegrado por esas personas, pues han encontrado al igual que yo la importancia de vivir en el presente.
Porque, ¿qué es realmente vivir en el presente?
En simples palabras: aprender a parar.
Vivir en el presente no es conectar con tu interior y/o tu exterior en el presente constantemente, dejando pasar todo lo que tenga que ver con otro momento temporal. Al revés, es saber diferenciar cuándo atender esos momentos me puede resultar útil, revelador, doloroso pero necesario, de cuándo me controla a mí el recuerdo o pensamiento sobre ese momento, me hace un daño insoportable y me hace entrar en un bucle peligroso del que no sé salir.
Vivir en el presente trata de decidir, de tener responsabilidad sobre lo que pasa en nuestro interior, tan libre e indomable, manejando la atención a ello de una forma consciente, sabiendo en todo momento qué estoy haciendo y, en ocasiones, por qué lo estoy haciendo.
Cuando comprendí de qué trataba el presente, cuando comencé a relacionarme con él con el fin de ayudarme a mí misma, era 2016, y decidí escribir un poema que hoy te regalo, para que puedas ver al presente desde el mismo prisma que lo vi yo, si te apetece.
“Se llama Presente y es único e invisible. Fue pasado y será futuro pero jamás existió. Los días y la vida se fundían en él como el Sol con el cielo al amanecer, tan puro e incontrolable, tan real y tan difuso.
La realidad era su hermana y pocas veces se entendían.
Presente es tristeza y alegría a la vez, respiración y distracción, concentración y agotamiento.
Presente vivió cosas pero nunca vive, sólo está.
Presente es volátil, pasa desapercibido mientras es omnipresente e inevitable. Pero es evitable voluntario para el resto del mundo.
Cuando lo ves desaparece y cuando lo vives se siente.
Es complejo y constante. Es estar, es no pensar. No es vivir, es existir.”
Y tú, ¿crees que vivir en el presente es necesario?