“La adicción al amor (romántico)”, ese gran fenómeno que nos atrapa y nos ahoga.
*Nota: lo que estás a punto de leer está descrito desde una perspectiva extrema y sarcástica, para que se pueda entender lo que vengo hoy a transmitirte.

¿Por qué tenemos relaciones que, a largo plazo, no nos hacen ningún bien? ¿Por qué no nos damos cuenta de las consecuencias de la relación hasta que salimos de ella?
Vamos por partes, por mucho que a nivel social se esté presentando un cambio, un movimiento en el que personas que han sufrido las desventuras del amor romántico, intentan transmitir la idea de lo que las ha hecho llegar hasta ahí (y lo equivocadas y equivocados que estaban), lo cierto es que sigue habiendo patrones de encadenamiento a esta idea.
La realidad es que, desde que naces, la idea de que tendrás que encontrar una persona con la que pasar el resto de tu vida (o al menos intentarlo), es casi más importante que la de trabajar en tus gustos y pasiones personales. Como si el hecho de plantearte no tenerla, fuera un intento de suicidio. Como si el hecho de no importarte, significara que entonces no vas a vivir, no vas a conocer absolutamente nada de la vida.
Puede sonar extremista, pero nadie en este mundo se cría en una sociedad en la que el hecho de tener una pareja sea opcional. Otra cosa es que, más adelante, algunas personas se rebelen y decidan no hacerlo.
Partiendo de esta base, en la que pensar en un posible romance significa vivir, nos pasamos la vida dándole vueltas a la idea del amor: ¿cómo será? ¿cómo me hará sentir? ¿qué tendré que hacer/cómo tendré que ser para obtener aquello de lo que todo el mundo habla, y es necesario para tener una vida plena? Puede que no seas consciente de estos pensamientos, pero están ahí, forman parte de tu crecimiento personal, porque así lo ves en tu ambiente.
Después de darle vueltas al asunto, después incluso de algún fracaso sentimental, en el que esas expectativas han creado en ti una decepción o, simplemente, no has sido correspondida/o, lo vives.
Conoces a una persona que te atrapa, primero físicamente, quizá no por atractivo, puede que por su lenguaje no verbal, ves una conexión diferente, no tiene porqué ser nada más conocerla, pero un día pasa y te atrapa, crea un imán que te acerca a su alrededor.
Lo que vives entonces, es la intensidad, esa sensación abrumadora, esa conexión, te planteas “podría ser verdad lo que dicen en las películas/libros/cuentos”. Y es real, la intensidad está ahí, comienzas a vivir emociones y sensaciones que desconocías, que estaban “apagadas”, vives un despertar, esa es la persona, todo empieza a encajar, cada pregunta que te habías hecho sobre el amor tiene una respuesta: esa persona. Y te adentras.
La intensidad, hace que fluyas, que por primera vez en tu vida dejes de preguntarte “¿y si…?”, porque está claro, la respuesta siempre es: esta es la persona.
La intensidad hace que sientas que todo está claro, porque si no lo está da igual, hay sensaciones tan buenas/bonitas/nuevas que merece la pena, merece la pena, todo.
Te difumina, empiezas a olvidar por qué otras veces ha fracasado esta idea, te olvidas de todas las personas que conoces que les ha ido mal en el amor, porque lo que estás viviendo tú es único, nadie podría entenderlo, nadie lo ha podido vivir y que no funcionara. Te difumina tanto, que te olvidas un poco de ti (inciso a continuación:).
[La sociedad nos invita a experimentar la necesidad de estar con alguien, y oculta en gran medida la necesidad de estar con una/o misma/o. Por la misma razón que no se nos invita a indagar en nuestras pasiones, en nuestro interior, en cómo vivimos todo ahí dentro. Así que si hay una excusa para que desconectes de ti, casi ni te lo planteas, desconectas.]
El tú que conocías evoluciona, en un nosotros, porque es real, porque hay planes, porque hay un futuro, y si no quieres verlo da igual, porque lo hay. Y la idea puede agobiarte, pero la intensidad continúa, y no te vas a bajar de ella, porque es increíblemente buena (hasta que deja de serlo).
Tú, sin darte cuenta, eres un nosotros, y eso, implícitamente significa algo muy importante: la otra persona forma parte de ti, te pertenece. No hace falta que lo verbalices, porque lo sientes, y cuando esa pertenencia se traiciona, te duele. Esa es la realidad, no eres ni has sido posesiva o posesivo, no tiene por qué formar parte de ti este rasgo, pero la intensidad ha creado esa sensación, y se comprueba porque cuando es traicionada según tu idea, duele. Tú lo sientes, puedes buscarle cualquier explicación, el dolor es ese: traición. Se traiciona una idea que se ha creado sin que tú quisieras y, ojo, no es culpa de nadie, ni tuya, ni de la otra persona, no es que alguien haya hecho un embrujo mágico y te haya atrapado hasta que esto pasa, es la intensidad increíblemente buena la que nos lleva ahí, a todos.
*Nota: Por supuesto que hay personas que tienen rasgos de posesión, y que toda la relación puede acabar en maltrato, por supuesto, es real, es violencia, no es invisible y se ve todos los días. Estoy hablando hacia las personas que les pasa esto y no lo entienden, no lo quieren, pero les pasa, porque también es real.
Y como ese dolor es insoportable, hay que hacer algo para que se vaya: controlar. El control crea en nosotros una sensación de calma y seguridad, y como hemos sentido una traición, que genera desconfianza e inseguridad, instintivamente necesitamos control en nuestra vida, porque ese dolor, aparte de inexplicable, no tiene cabida, no en esta maravillosa conexión.
No tiene por qué empezar controlando a la persona, el control lo necesitas tú. Pero tú, ahora eres nosotros, sin quererlo ni saberlo, la intensidad sigue ahí, así que el control puede empezar enfocado de cualquier manera, pero su fin último conforme se experimenta seguridad y calma, es llegar a cubrir todo el campo posible, porque el dolor desaparece.
Puede que el control llegue de forma externa. Un día te das cuenta de que está ahí, en nosotros. Puede que haya habido una traición y el control haya aparecido sin que puedas si quiera pensarlo. Porque el dolor tiene tan poca cabida que esto es automático, y no hace falta hablarlo: necesitamos calma y seguridad. Puede que se llegue a esta calma a partir de la intensidad, que es lo que funciona para mantener la relación, aunque la intensidad no sea tan increíblemente buena, quizá se convierte en una diferente, la increíblemente mala, pero después llega la calma, la seguridad, y entonces merece la pena, vuelve la intensidad increíblemente buena.
Esta es una rueda que puede girar muchas veces, que nos atrapa, enigmáticamente, como un imán tan potente que cuando te acercas del todo te repele.
Las personas necesitamos seguridad y calma, instintivamente es así, y lo aprendemos con nuestros padres o cuidadores principales, se forma el apego que marcará nuestras relaciones posteriores (todas, pero sobre todo las de pareja). Lo aprendemos así, seguridad y calma dependiente, depende de otras personas, y esa idea nunca llega a trasladarse a la posibilidad de que yo misma pueda aportármela. La intensidad nubla aún más esa posibilidad, y nos perdemos, aprendemos a buscar nuestras necesidades en otras personas, cuando esas personas tienen sus propias necesidades sin cubrir, vulnerables, al igual que nosotros. Y esto explota.
Hasta que no lo vives y estallas con ello, ni te lo planteas, porque la idea está ahí desde antes de que tú llegues a tener razón de ello.
Trabajar en todo esto para no tener que estallar, es una de las razones por las que estoy aquí, contándote esto, para que lo entiendas, para que, si te pasa, no culpabilices, simplemente enfoques donde se puede enfocar, donde tiene sentido: en ti.